jueves, 11 de diciembre de 2008

Forjado en los 80

En estos años, que tantos textos corren por internet, y que tan recurrente se está volviendo el reivindicar la infancia y la adolescencia de los 80, contra la actual, huérfana de símbolos e inocencia infantil, un servidor, también hijo devoto de aquella dichosa década, echa la vista atrás entonando la cantinela de “aquellos sí que fueron buenos tiempos” y hace un repaso de cómo aquellos días de infancia forjaron su persona.

Vale, todo el mérito no es mío, mi madre también ayudó a mi causa al tener tanto ojo como para hacerme ver la luz unos meses antes del 1980 (amén de decidir no parar de tener niños antes del sexto, que fui yo, ¡gracias Mam!) y regalarle al mundo un ser tan excepcional predestinado a cambiar el mundo… ejem… bueno, ¡qué pasa, esto lo he escrito yo y cada uno se levanta el ánimo como quiere!

El caso es que tuve la suerte de vivirlo de cabo a rabo y, de sus recuerdos, saco conclusiones.

Asustadizo y tranquilo, enfadica y hasta soso (un poco mohíno como me decían mis hermanas), me pasaba el día jugando al balón y a mis adoradas chapas, juego en el que hubiera sido olímpico si alguien hubiera tenido el valor de proponerlo como deporte olímpico para Barcelona´92 (¡esa es una espinita que tengo clavada, y es de las que duelen!) y corriendo continuamente a la habitación o al baño para esconderme a llorar cada vez que me enfadaba.

No sé porqué pero algunos de mis recuerdos más fuertes son de aquellas cosas que me deban miedo: el cocodrilo del cuento de Peter Pan que escuchaba en cassette, de la mano negra (con la que me asustaba mi hermana aunque no sabía lo que era), de los Gremmlins, del agua, de los perros, de una noche agobiante viendo Alien a oscuras en casa de mi hermano… y recuerdo como de chiquitín mis hermanas me hacían llorar cantándome la canción de “Marco” porque me daba mucha pena que no encontrara a su madre. Solo me faltaba asustarme de mi sombra… pufff.

Era el típico niño bueno que nunca gritaba, ni era contestón, ni se metía en peleas, estudiaba y aprobaba, se comía las gomas de borrar “Milán” (lo cual explicaría muchas cosas) y por no decir, no decía ni palabrotas enteras porque su madre no le dejaba. Era el mismo niño que se pasó una tarde entera entre lágrimas, tratando de aprenderse las oraciones para catequesis (sí, yo, el ateo), mientras mi cuñado abría delante de mí, uno a uno el montonazo de sobres de cromos que había prometido regalarme si era capaz de recitarlo todo de memoria. Le debí dar pena y al final me los dió, porque la última creo que me la inventé.

Jugaba con los clicks de Playmobil, se me iluminaban los ojos cuando me compraban un Gi Joe y me pasaba la tarde cargándome la siesta de mi madre con las monumentales vueltas ciclistas que las chapas disputaban en mi casa, siempre en el mismo circuito porque no había más sitio.
Barrio sésamo me embaucaba y enseñaba a usar la imaginación al tiempo que me daba el mayor trauma de mi infancia cuando me enteré de que Espinete en realidad no era un erizo, sino ¡UNA CHICA!, y encima que se casó con ¡¡CHEMA, EL PANADERO!! Aún no lo he superado…
Quise ser un “Goonie”, convertirme en espadachín para poder decir lo de “Hola, me llamo Iñigo Montoya, tu mataste a mi padre, prepárate a morir”, luchar junto al peor Conan, montar en el Delorean con Marty MacFly, jugar tan bien como Oliver Aton, ser tan fuerte como un Caballero del Zodiaco o tan listo como MacGyver.

Comenzaba a escuchar a esos grupos de guitarrazos eléctricos y cantantes que parecían niñas como Bon Jovi y Guns ´n Roses, que me conquistaron y lograron descarriarme del camino hasta convertirme en un ¡fiel hijo del metal!, ¡¡¡ROCK ´N ROLL!!!... aunque de pequeño, según parece, me encantaba una canción de Jermaine Jackson cuyo título no voy a decir porque me da vergüenza.

Leía “Fray Perico y su borrico”, coleccionaba cromos de fútbol y de coches e idolatraba a Butragueño y su Quinta, a Carl Lewis, a Drazen Petrovic y me quedaba embobado como me quedé cuando estuve a un metro del grandísimo Perico Delgado. Mi videojuego era la Atari y sus geniales gráficos cuadriculados, mis ropas de marca unas zapatillas J´Hayber, mi primer copazo un culillo de ron que me dio mi cuñado una Nochevieja y que corrí a echarlo al baño porque me ardía en la boca y mi mayor posesión, un cochecito de juguete que siempre ganaba en las carreras que echábamos en el barrio.

Cosas como estas son las que me hicieron.

En fin, que los niños de ahora se vuelven adultos antes de ser adolescentes, y los que vivimos en los 80… quizá nunca dejamos de ser aquellos niños, ni queremos dejar de serlo. Aquellos años hicieron de mí el intrépido revolucionario que hoy soy… bueno que debería ser. Una vez me autodefiní con una frase para justificar mi actitud que ahora me hace gracia cuando la resumo. Escribí: “Soy un rebelde de palabra, que no de actos”, o lo que lleva a ser lo mismo, “un valiente cobardica”.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Soldados

Pues vivimos agazapados, sin alzar la cabeza no más que para buscar el sol. Ahondados en el barro, en el polvo y en la sangre que brota de nuestras propias heridas, y de las de aquellos que esperan su féretro. Abrazados a nuestras armas, al miedo y al dolor que sacude este cuerpo frío, y a nuestras almas corrompidas por los lamentos de los vencidos.
Que somos soldados, mortales al tiempo, hombres como cualquier otro, enviados a llamar a las puertas del infierno, obligados a abandonar nuestra propia vida en aras del deseo de otros. ¡Cuál cruel es el destino que nos ampara, si no existe futuro a nuestros ojos!, ¡que la muerte de nuestros enemigos no mitigará esta pena que yace en nosotros!
Cada noche, al abrigo de estrellas apagadas, las plegarias que nacen de nuestros ateos corazones, ahogan cuál gritos errantes, el lecho en el que todos nosotros, hijos descarriados del tiempo, ahora aguardamos al siguiente paso que ha de guiarnos hacía la vida o la muerte.
Los silbidos de sus balas desgarran nuestros oídos, nuestras ropas, nuestra piel. Quebrantan nuestros huesos y azotan, con la piedad del mismo diablo, las mentes libres y soñadoras, que una vez albergaron esta existencia que todos hemos dejado olvidada en alguna parte, no muy lejos de aquí. Ves caer tus lágrimas, ves caer a tus amigos con ellas, en cada batida, en cada horda de odio. ¡Oh, vida, que error cometí para hacerme morir mientras aún siento!, ¡porque te has vuelto ciega a nuestro caminar!
Pues nuestros cuerpos, en breve alimentaran las laderas de esta tierra y si no, si logramos volver al hogar, que la infame tortura de los recuerdos se apiade de nosotros, y los desarraigos de nuestro ser, perdidos y olvidados en los llantos de la guerra, jamás alcen de nuevo la voz a nuestro lado, pues sus gritos ya alientan a fuego nuestras almas, y estas, aún ensangrentadas, agonizan clavadas en la cruz a la que, inocentes y aún jóvenes, hemos sido condenados
Y en el mismo campamento, a oscuras en batalla o ya desterrados en nuestra propia casa, un brindis, triste y emocionado al brillar de nuestros ojos, recuerda que una vez estuvimos vivos:
“una copa por aquellos que cayeron... y por aquellos que una vez fuimos”.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Te escribiré

No serán lamentos ahogados, ni suspiros olvidados y tan extraños para mí como lo es tu presencia. Prometo no dibujarte sonrisas apagadas en su risueño lastre, ni ecos vacios de los gritos que brotan de mis entrañas.
No te haré llegar reseña alguna de los surcos que las lágrimas marcaron en mi rostro. No te hablare de los sueños y anhelos marchitados que una vez me sirvieron de bálsamo para ver la luz en un incierto futuro. No haré de mi desdén estandarte, ni de mis pasos desorientados, mi único camino.
Nada te contaré de mis grises atardeceres y amaneceres más oscuros que la misma noche. Nada te diré de la voz que, entrecortada, atenaza mi mente, de las veces que he pensado en cerrar los ojos, en acabar con todo. De cuando he creído tenerte cerca y, al tiempo, lo lejos que te sentía. De las veces que mi mente ha engañado a mis ojos esbozando tus rasgos frente a mi cabeza caída.
No, no te molestaré hablándote de lo que me cuesta levantarme cada mañana, del esfuerzo que me estremece al echarme a dormir, de lo que siento tu ausencia desde que te perdí, de lo que te echo de menos…
No serán esas palabras las que entre líneas te escriba. Te hablaré de cada halo de luz que irradie el día, de cada nuevo brotar en los jardines con el rocío al alba, de cada hoja que meza el viento. Así al menos descansarás mejor que yo.
Mañana tomaré esta carta y la dejaré sobre tu tumba. Dicen que, en mitad de la noche, las almas puras abandonan su sepulcro, un instante al menos. Quizá entonces puedas leerla, quizá entonces te acuerdes de mí.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Discípulos de Murphy

Tan solo frunció el ceño cuando su coche se detuvo titubeante en medio de la nada, en una carretera perdida y andrajosa en mitad de la noche, en un lugar donde lo mas civilizado que se llegaba a intuir no eran mas que el asfalto de la carretera y los cables del teléfono que se extendían a su lado. Ni aun hambriento, exhausto y adormilado se quejó.
Como no se quejó cuando su irascible jefe le llamó al despacho por la mañana y, tras un amistoso cruce de descalificaciones, le echó de una patada con su contrato hecho añicos para que pudiera digerirlo con mayor presteza. Como no se quejó cuando al bajar a la calle, aquel amable agente de la ley decidió obsequiarle con un sencillo regalo en forma de multa por aparcar frente a ese vado oculto e inútil, dándole 90 buenas razones para sonreír. Igual que no salió sonido alguno de sus labios cuando, tras despedirse de su nuevo amigo, se sentó en su coche y sintió como el mismo infierno le hervía el culo tras haber estado durante horas aparcado al sol.
Tampoco se quejó cuando más tarde, en aquel despejado semáforo abierto, aquella entrañable ancianita detuvo su coche en seco y este, embalado, transformó sus recientemente adquiridos nuevos faros en nueces aplastadas, preparadas para ser devoradas sin apenas masticar. Ni si quiera abrió la boca cuando su novia le llamó, loca de entusiasmo, para decirle que había decidido olvidarle, que había conocido a alguien mejor, que cuando pudiera le devolviera las llaves de su casa.

Tan absorto estaba en el agradable resoplar de la brisa de media tarde, que no se quejó cuando aquel simpático chico chocó contra él en mitad de la calle, dejando esparcido a sus pies el bocadillo que compró en el único bar abierto que pudo encontrar aun sirviendo algo que llevarse a la boca, antes incluso de haberle podido dar una dentellada. Ni lamentarse pudo cuando sus ropas recién estrenadas, tras haberlas comprado en la tienda mas cara de la ciudad, se tornaron de un marrón negruzco cuando tropezó con aquel agujero que se escondía entre la acera, y dio con sus huesos en el único charco embarrado que había sobrevivido a la tormenta del día anterior. Y ni aire apenas salió de sus entrañas cuando al llegar a casa, su llave decidió ceder en su postura, para girar de una parte sí y de otra no, y dejar en la cerradura la mitad de sí misma al partirse en dos.
Por eso había decidió largarse. Coger el coche y conducir sin rumbo ni prisa. Alejarse de la luz y el aliento de los extraños que le rodeaban, pero no imaginó que también este le fallaría ese día.

Encendió la radio al azar y una amena cantinela brotó de ella. Era un silbido energético y divertido que invadió sus oídos y su mente hasta dejarle prendado. Entonces una voz tarareó unas palabras.
"… don´t worry, be happy now… ".

Su rostro se desencajó al instante. La sangre se agolpó martilleando sus sienes al tiempo que sus ojos miraban desorbitados la radio. Su cuerpo se sacudió violentamente y se abalanzó enrabietado hacía ella, mientras sus labios se abrían por primera vez en todo el día gritando:
-¡¡¡Hijos de puta!!!.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Siervos (almas vendidas)


¡Ja, ja, ja!, pobres ignorantes. Ingenuos cuerpos moribundos. Creéis que podéis escapar y cada minuto estáis más en mis manos. No puedo más que reírme de vuestra incompetencia, de vuestra inútil esperanza de huir de mí y nunca habéis estado más atados a mis garras.
Queréis el bien para el prójimo, pero vuestra envidia os hace desear ese bien para vosotros, entonces sois míos.
Señaláis al demonio que anda suelto entre vosotros, pero es vuestra soberbia la que os hace creer que sois mejores que ellos, entonces sois míos.
Proclamáis que quién a hierro mata a hierro muere, sin daros cuenta de que ambos os convertís en la misma calaña con distinto disfraz, entonces sois míos.
Juráis y perjuráis en vuestras iglesias que entregáis todo cuanto poseéis por un pedazo de cielo, y ya solo por jurar sois míos.
Mentís, odiáis, entonáis dulces palabras con hipocresía rociadas. Deseáis el mal, ceñís rencores, codicia, falsos abrazos. Envenenáis la tierra que os alimenta, estancáis el agua que sacia vuestra sed, nubláis ese cielo por el que suspiráis, y siempre por ello sois míos.
Míseros desgraciados, almas errantes y desdichadas. ¿Dónde pretendéis esconderos? Yo siempre estoy ahí, sé que me escucháis, sé que me servís. Queréis huir pero vuestro camino acaba llevándoos hacia mí. Bien que lo sabéis ¿no es verdad?

lunes, 10 de noviembre de 2008

La cultura del miedo


Tan fácil es vender el miedo como lo es vender pan cada mañana. Solo necesitas ponerlo a mano y generar esa necesidad que, de tanto alimentarse, termina siendo sembrada como imprescindible. La mente humana, que fracasa tan a menudo en su continuo intento de ser valiente, es tan débil que poco tarda en doblegar sus rodillas al menor atisbo de peligro, aunque ese peligro solo viva en aquellos que necesitan de él para poder hacer prevalecer su palabra.

Hace poco de cumplieron 70 años de la mítica emisión radiofónica que hizo Orson Wells de la obra de H. G. Wells, “La guerra de los mundos” en la que consiguió llegar a lo más ingenuo de los hombres que salieron a la calle aterrados por esos marcianos que habían llegado a conquistar La Tierra, sin darse cuenta en su ignorancia de que no se trataba más que de una recreación dramatizada de un libro de ciencia ficción.
Tan simple es el ser humano. Tan frágil, asustadizo y fácil de manipular, capaz de tragarse un vaso de agua vendido como un vino de crianza. Tan estúpido a veces como para dejar de un lado sus creencias, su propia opinión, para tomar prestada la palabra de otros, y dejar que piensen por él. Tan vacío que del miedo hacen su estandarte y el objeto de sus actos, escuchando como borreguitos a aquellos más espabilados que hacen de nosotros títeres sin voz, ni voto, ni voluntad.

Desde aquella emisión de radio de 1938 han pasado muchos años, pero el hombre no parece haber cambiado. Seguimos cayendo en las mismas trampas, seguimos siendo igual de inocentes creyéndonos los demonios que otros nos venden, solo que ahora ya no se les llama marcianos, se les llama radicales, se les llama salvajes… y eso solo por tener sus propias ideas, sin darse cuenta de que el mayor enemigo que tenemos somos nosotros mismos.
Ahora me estoy leyendo esa “La guerra de los mundos” a ver si es solo un cuento… o acabo huyendo a las montañas. Bueno, conociéndome, iré haciendo las maletas.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Cimientos en ruinas


El mundo se le vino a sus pies cuando pudo contemplar el resultado de su obra. Tras años de observación y corrección continua, el control con el que había contado sobre su experimento desde que lo ideó, había mutado hasta hacerse intratable y desprenderse de sus manos como lo hace la piel seca y nauseabunda. Ya no ejercía sobre el proyecto ningún tipo de poder.
Decepcionado y entristecido, había visto como aquel trabajo que tanto tiempo le llevó poner en marcha, se deshacía entre sollozos ahogados al tiempo que derruía con ellos los sueños de sus primeros días. La decadencia se había aferrado a los cimientos con tal presteza, que pronto sus columnas se habían doblado y quebrado como lo hacen las livianas ramas a la batida de los vientos de invierno, hasta sumir a la luz en una oscuridad espesa y agobiante, capaz de encadenar la cordura del más sensato de los hombres a una esclavitud eterna, más allá de la viva tierra que los rodea.
Con los ojos entrecerrados, contempló por última vez su obra. Una triste mueca brotó de su rostro tratando de compadecerse de su proyecto, casi tanto que de sí mismo. En sus ojos, las ruinas de su mundo apenas se discernían entre sus lágrimas, que brotaban tenues pero imparables, rehogando sus mejillas con un suave y húmedo lamento.
No se podía hacer nada ya. No encontraba manera de enderezar su rumbo perdido y vendido a precio de saldo al primer desgraciado con algo que ofrecer, aunque eso mismo no fuera más que miseria. Odio, ira, envidia, soberbia, maldad, egoísmo, maltrato, destrucción… tantas palabras necias, tanto sufrimiento vano.

Con el gesto mermado por la desilusión, decidió acabar con la prueba. Fracasado en su cruzada, Dios se levantó de su silla, fue hasta el interruptor y apagó la luz del mundo que un día creó.

jueves, 23 de octubre de 2008

Cultura Suburbana


¡Y luego dicen que no leo!, ¡qué sabrán ellos!, leo y mucho. Quizá sea la persona que mas lee en este mundo, pero nadie me cree. Y todo lo hago en menos de una hora, nada más, y siguen sin creerme. Les digo que lo hago todas las mañanas de camino al trabajo, no les miento, ya sea recostado sobre los asientos del metro o de pie asido a las barras para no caer, y me dicen que es imposible que lea porque nunca llevo un libro entre mis manos. ¡Ingenuos!, ¡incrédulas mentes cerradas! Les voy a demostrar que sí es cierto y no el cuento de un vulgar trovador. De hecho hoy mismo he estado leyendo. Atiendan.


Esta mañana, muy temprano, con la noche aun viva, tomé el metro en la estación de Pueblo Nuevo. Era pronto, pero ya había amanecido mucha gente en los vagones. Aún así logré tomar asiento. Pues verán, desde ahí hasta Ventas estuve siendo participe de cómo, entre palabras, se iba levantando poco a poco una catedral en la Kingbrigde de la antigua Edad Media. De Ventas a Rubén Darío, leí como un capitán español se batía el cobre en las turbias tierras de Flandes con arrojo y destreza inaudita. Hasta Callao pude ver como un enloquecido príncipe de Dinamarca mantenía una extraña conversación con una calavera. Desde ahí llegué a La latina pero no recuerdo nada. Era pronto, debí quedarme dormido, apenas había descansado la noche anterior. Después abrí los ojos y me vi acompañando en su encierro a un tal Edmundo Dantés hasta Marqués de Vadillo, y desde entonces hasta mi parada en Aluche, terminé de despertar desangelado por el trayecto mientras me consumía la historia de un hombre obsesionado por los latidos de un corazón enterrado.


¿Qué les parece? Si esto no es leer… cierto es que no llevo libros encima y que, a veces, la gente es tan celosa de su lectura que apenas alcanzo a vislumbrar no más que unas pocas palabras sueltas, pero cuando no esconden sus libros y pasan páginas a mi lado, bien que leo entonces. Ya les digo, quizá sea la persona que mas lee en este mundo, pero nadie me cree.

lunes, 13 de octubre de 2008

Historia de un rechazo


(ES UN HECHO REAL)

Ni falta que le hizo decirme nada para rechazarme. Hubiera agradecido un "no" al menos, pero nada, la chica hizo aquello de que "el que calla, otorga".

Pongámonos en antecedentes.

Madrugada yá en uno de esos locales de moda en los que las camisetas y las deportivas no son mas que reliquias de barrio bajo. Me encontraba con unos amigos de cumpleaños. Un poco desorientado, claro, con una calavera en la camiseta que ya me delataba como al león al que sacas de su hábitat (bueno león, ya sería cervatillo). En fín. El caso es que andaba por allí, tratando de mimetizarme con el ambiente, pegándole tragos a un extraño líquido compuesto por agua coloreada que se empeñaron en decirme que era ron, mezclado con una sustancia oscura con gas que llamaban Pepsi, que aun no alcanzo a entender como cojones se confundío la camarera cuando le deletreé a viva voz la palabra:
¡ C - O - C - A - C - O - L - A !

El caso es que estaba tratando de descifrar ese sabor cuando miro a mi izquierda y veo a cuatro chiquillas que hablaban amenamente al tiempo que se movían al son de un horrible sonido que no alcanzó a recordar (decían que era música, JA, JA, JA, así en mayúsculas). Trato de observarlas y entre ellas veo una que se distinguía. Rubia, pequeña, guapa, mmm... curiosa, curiosa, y pienso: "voy a decirla que soy suyo", falsa alarma de valor contenido. Sabía de antemano que no me atrevería a decir nada. Entonces pienso: "quizá ella me mire y sienta un flechazo que la deje enamorada y entonces aproveche la primera oportunidad para lanzarse a mis brazos". No sé cuál de las dos ideas era más estúpida , entonces pego otro trago, ¡joder, que malo está esto!, me espabilo y entro en razón.

La cosa es que un rato después noto como los astros convergen por mí porque... ¡siento a la chica cerca!, je, je, tranquilos tampoco estaba tan cerca, culpa de la acumulación de personal, la chica no se llegó a lanzar a por mí. Pues ahí andaba yo, con la chica a unos centímetros a mi izquierda y entonces, nose que desconocida voluntad se cruzó en mi mente, que me digo: ¡qué cojones, voy a ver que me dice!, ¡¡oh, sorpresa, iba a decirle algo!!, así que la evaluo y me doy cuenta de que sus tres amigas vestían de negro y ella de blanco impoluto. Puede ser una opción. Así que, por una vez, el cervatillo se convierte en león y me acerco a ella.

- Oye, a ti te han engañado tus amigas, esta noche se vestía de negro - digo en mi inmensa sabiduria.

Me mira y se calla. La noto sonreir pero, aunque no me dice nada, noto en sus ojos la pregunta: "¿porqué me estas hablando?". Ups, vaya, con este silencio no contaba, mi disco duro no está preparado para esta situación, ¡necesito un plan de emergencia! No sé, trato de continuar bromeando.

- Deberíais hablar más entre vosotras, teneis un fallo de comunicación.

¡Óle, óle y óle!, ¡que capacidad la tuya!, ¡ahora sí que te la comes! Donde han quedado los ¿cómo te llamas?, ¿vienes mucho por aquí? o el clásico, ¿que hace una chica como tú en un lugar como este?... vale, vale, demasiado clásico.

La chica me vuelve a mirar y en su mirada leo un tajantísimo: ¡¡apártate de mí!!

¡Sirenas, alarma roja!, me quedo en blanco, no sé que decir, ¡leven anclas, larguémonos de aquí! Una idea pasa por mi cabeza y pienso: "me voy a acercar de nuevo a ella y le voy a decir "oye, no sé, mandarme a la mierda aunque sea, pero dime algo, ¡que esto es muy triste!" entonces le pego otro lingotazo a la copa, ¡joder, que malo está esto! y, de alguna manera me espabilo y vuelvo a pasar de león a cervatillo.
Me giro hacia los chavales. Nada, vuelvo a ser yo, ah, mira, otra chica guapa, quita, quita, esto es mucho para mí.

En fin, una bonita experiencia. Es divertido esto. Al menos me cierran el bar con el "Carmina Burana" a todo volumen, ¡qué grande!

martes, 7 de octubre de 2008

Últimas voluntades


En Madrid, siendo las diez horas del once de septiembre del dos mil seis, YO, Guillermo Antúnez, en pleno control de mis facultades mentales, hago constar en el presente TESTAMENTO PÚBLICO ABIERTO, mis últimas voluntades en las cuales cumplo mi deseo de legar todas mis posesiones, mediante las siguientes dos cláusulas:

CLAÚSULA PRIMERA: A mi querida mujer y mis amados hijos, siento no poder dejarles más que el techo que les cobija y mi recuerdo, que pese a ser poco, confluyen en ellos todo cuanto he sido y todo cuanto les quise. En cada rincón de la casa, en cada minuto que compartimos, en cada bocanada de aire que respiren.

CLAÚSULA SEGUNDA: A la sociedad y las instituciones pertinentes que nos defienden y dirigen les lego: mi infancia, juventud y vejez. Mis ilusiones perdidas, mis sueños agónicos, mis esperanzas vanas y mis bolsillos vacíos. Mi estomago cerrado y mi voz apagada. El dolor de mis brazos, el hambre de mis hijos y las lágrimas de mi mujer.

Por todo cuanto necesité y nunca pude tener, por todo cuanto tuve que nunca deseé.

Tómenlo. De todas maneras ya fue suyo.

Madre


Muchas noches he llorado...
Y en todas ellas me has hablado...


“... y se despertó en medio de la noche, aterido de frío y envuelto en lágrimas, ahogando su llanto en silencio. Y se sintió solo, sentado en la oscuridad, mientras el miedo le abrazaba. De repente, escuchó unos pasos que se acercaban, y creyó que era el fantasma que le perseguía en sus pesadillas, el monstruo que azotaba sus sueños. Asustado, se encogió entre sus sábanas y, al ver la sombra en el umbral, se estremeció.

Pero entonces, la sombra le habló, y la serenidad de sus palabras mitigó su angustia, pues no era la voz del fantasma que le atormentaba... sino la de su madre.

Y se sentó a su lado y sus lágrimas cesaron...
...Y le abrazó y sus miedos callaron...
...Y le arropó y el frío fue pasado...

Y se quedó con él, en medio de la noche, hasta que los gritos tornaron al dulce cantar de los sueños.”

miércoles, 24 de septiembre de 2008

La condena del Sáhara


Son sus lágrimas las que caen, las que perecen a un tiempo, cuando apenas rozan las arenas del desierto que les rodea y que de su propia casa crean una prisión, condenados por extraños ajenos a sus fronteras.
Son sus lágrimas las que humedecen las dunas sedientas que de lejos ven la lluvia. Olvidados, ignorados, añorando una libertad esclavizada tras tantos años entre sombras, buscando entre jaimas y recuerdos los restos de su propio pueblo.
Son sus lágrimas honrosas y valientes, de hombres y mujeres nobles que esconden sus miedos entre las ropas. De una identidad sin nombre ni legado, de tradiciones despreciadas, de un orgullo enrarecido, pisoteado, pero aun vivo.
Ser saharaui y no romper a llorar. Ser humano queriendo ser tratado como tal. Ser testigo de cómo un látigo extranjero rasga su espalda sin que nadie acuda a curar sus heridas que, abiertas y palpitantes, retozan en lagos de sal, la sal que acompaña a las lágrimas, esas lágrimas que, inconsolables, brotan de sus ojos para rociar las arenas del Sáhara.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Ante los tanques


Hace falta valor para ponerse delante de un tanque y no desfallecer. Juan Pablo II aseguró que lo haría, “si los nazis entran en Polonia, iré a ponerme ante los tanques”, dijo, pero el hombre de Tiananmen se alzó sobre sus palabras y las convirtió en hechos.
¿Quién sabe en que estaría pensando?, ¿Le estaría temblando el pulso?, ¿Quién sabe que les dijo? El misterio no ha hecho mas que alimentar el mito, incluso ahora, dieciocho años después. Un héroe de nuestro tiempo. Un acto de valor e integridad que parecía olvidado, mas presto a aquellos ancestros dispuestos a derramar su sangre por la libertad que al egoísmo del hombre de hoy, más preocupado por la trivial comodidad de su cuerpo que por el vuelo sosegado y libre de su alma.
Nada hay en claro sobre quién fue ese hombre. Quizá sea mejor así, de este modo cualquiera puede identificarse con la imagen de ese héroe, con una bolsa en cada mano, como si los tanques lo hubieran sorprendido a los pies de su casa, con la compra recién hecha, aferrándose a los pedazos agonizantes de una dignidad mancillada y levantándose frente al horror que apremiaba.
Saber su identidad. Conocer sus debilidades comunes a cualquier hombre. Correr el riesgo de reconocer en sus gestos, simpleza, indiferencia o ingenuidad, podría haber arrancado de raíz la grandeza de los actos del “rebelde desconocido”, y con ella, el último retazo del romanticismo irreverente que acunaba a aquellos héroes de espada y arrojo.
Solo un frágil montón de huesos frente a una bestia de hierro. Ni un paso atrás. Ni uno aunque su avance pudiera despedazarle. El hombre frente al terror. Un mito a la libertad y a la rebeldía ajena a nuestra cobardía, incapaz de seguir sus pasos y honrar en su medida a seres tan íntegros como aquel hombre, que una tarde de junio, se puso ante los tanques y dio una lección al mundo.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Recuerdos del 11/S


Todo el mundo recuerda donde estaba o que hacía el 11/S, el día en el que los cimientos que sostenían al mundo en una endeble y engañosa paz, parecieron resquebrajarse al ritmo que se derrumbaban las torres, una tras otra. El día en que mundo enmudeció viendo como esos aviones se batían contra aquellos monstruos de piedra, en el que tras espantar las nubes de incredulidad que nos cegaban, otras nubes, esta vez de compasión, nos invadían al ponernos en la piel de todos aquellos desgraciados que, sin saber como, se habían dejado la vida tras sus mesas y sus papeles, trabajando como cualquiera otra mañana. El día en que se creyó que la estabilidad del mundo estallaba en pedazos y que se cernían sobre nosotros las sombras de la Tercera Guerra Mundial.
Esos días yo trabajaba en un almacén y aprovechaba para pasar por casa a la hora de comer. Estaba empezando el Telediario de Antena 3 cuando pusieron la imagen de la primera torre ardiendo. Todo eran conjeturas. Quizá un accidente, decían. Entonces ví como se estrellaba el segundo avión en directo, nunca olvidaré la voz entrecortada, confusa y sobrecogida de Matías Prats. Ví cuanto pude, después volví a trabajar y lo seguí todo por la radio, saliendo contínuamente a informar a los compañeros. Más tarde volví a casa y ya no me separé de la televisión durante días.
Intrigado, con el corazón en un puño, sabiendo que estaba siendo testigo de uno de los hechos más impactantes e influyentes de la historia.
Aún me estremezco al recordarlo... lo que ocurrió después ya es otra historia. Algunas mentiras son difíciles de reconocer.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

"¡Salvemos al mundo, suicídate!"


Vale, la frase no es mia, sino de un amigo y su labia mexicana, pero es una verdad como un templo. Hoy me ha vuelto a la cabeza al ver la noticias, como me vino anoche al ver como Madrid se inundaba de las lágrimas heladas del cielo, en un llanto atroz, terrible, como el del animal herido que brama por la sangre que escapa de sus heridas. Parecía que el cielo se nos venía encima, el fin del mundo, quizá la tumba que nosotros mismos nos labramos. Porque nose si será por culpa del cambio climático o solo un hecho aislado, pero da miedo pensar que nosotros y nuestra repulsiva codicia puede ser la causa del granizo de anoche, que esto es solo la punta del iceberg y que, como a aquellos ingenuos del Titanic que jugaban al fútbol en la cubierta con los pedazos de hielo que cayeron al barco sin saber como el destino había dictado sentencia condenatoria sobre ellos, no nos damos cuenta de que, escondido, el llanto de ese animal más que del dolor brotará de sus ansias de venganza.
Quién sabe, otros dicen que todo es una gran mentira pero, ¿como reconocer una mentira estando rodeados de ellas?.
Solo hay una cosa clara. Intentamos arreglarlo, y nos ponemos trabas a nosotros mismos. Queremos concienciar a la gente cuando hasta a nosotros mismos nos cuesta creernos nuestras propias palabras.
Quizá la mejor solución sea esa. Un poquillo radical, sí, pero oye una opción más.
"¡Salvemos al mundo, suicídate!"