miércoles, 17 de septiembre de 2008

Ante los tanques


Hace falta valor para ponerse delante de un tanque y no desfallecer. Juan Pablo II aseguró que lo haría, “si los nazis entran en Polonia, iré a ponerme ante los tanques”, dijo, pero el hombre de Tiananmen se alzó sobre sus palabras y las convirtió en hechos.
¿Quién sabe en que estaría pensando?, ¿Le estaría temblando el pulso?, ¿Quién sabe que les dijo? El misterio no ha hecho mas que alimentar el mito, incluso ahora, dieciocho años después. Un héroe de nuestro tiempo. Un acto de valor e integridad que parecía olvidado, mas presto a aquellos ancestros dispuestos a derramar su sangre por la libertad que al egoísmo del hombre de hoy, más preocupado por la trivial comodidad de su cuerpo que por el vuelo sosegado y libre de su alma.
Nada hay en claro sobre quién fue ese hombre. Quizá sea mejor así, de este modo cualquiera puede identificarse con la imagen de ese héroe, con una bolsa en cada mano, como si los tanques lo hubieran sorprendido a los pies de su casa, con la compra recién hecha, aferrándose a los pedazos agonizantes de una dignidad mancillada y levantándose frente al horror que apremiaba.
Saber su identidad. Conocer sus debilidades comunes a cualquier hombre. Correr el riesgo de reconocer en sus gestos, simpleza, indiferencia o ingenuidad, podría haber arrancado de raíz la grandeza de los actos del “rebelde desconocido”, y con ella, el último retazo del romanticismo irreverente que acunaba a aquellos héroes de espada y arrojo.
Solo un frágil montón de huesos frente a una bestia de hierro. Ni un paso atrás. Ni uno aunque su avance pudiera despedazarle. El hombre frente al terror. Un mito a la libertad y a la rebeldía ajena a nuestra cobardía, incapaz de seguir sus pasos y honrar en su medida a seres tan íntegros como aquel hombre, que una tarde de junio, se puso ante los tanques y dio una lección al mundo.

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