miércoles, 21 de enero de 2009

Un último acorde

"Todo el mundo puede ofrecer su propio homenaje, por pequeño que sea, a todo aquello que crea merecerlo. Este es mi tributo a Dimebag Darrell (ex guitarrista de Pantera, y en el momento de su asesinato de Damageplan) pues, pese a que nunca fui un gran seguidor de su obra, mi admiración y respeto por él están muy por encima, y desde ese mismo respeto he tratado de imaginar lo que mínimamente pudieron sentir aquel último concierto al que se presentaron. Espero no haber errado en mi idea."

El clamor exacerbado, que siempre alimenta sus raíces en una inquieta espera, se extendía con presteza de un punto a otro de la sala. La impaciencia de un hombre puede resultar molesta, la de una multitud provoca miedo, un miedo capaz de atenazar los brazos, de nublar la mente. Sin embargo, ese temor de otros enardecía los nervios de los chicos, mientras aguardaban tras el escenario a que el rubor del público creciera según se iba acercando el momento.

Dimebag podía notar el sus labios el dulzor de esa pasión aplastante que rozaban cada uno de sus dedos. Ellos contenían el secreto. De su destreza dependía todo. Agarrado al afilado mástil de su guitarra, permanecía en silencio mientras ponía en orden su melena y se atusaba la perilla. Junto a él su grupo, Damageplan, se preparaba para la tormenta. Durante un instante se miraron, buscando un halo de unión férrea, de complicidad ciega. Como tantas otras veces desde críos, cruzó la mirada con su hermano Vinnie que agitaba de un lado a otro sus baquetas, haciéndolas bailar entre sus dedos. Una leve sonrisa brotó de sus labios. El pacto estaba sellado.

El reloj marcó el inicio.

El silencio de antaño rompía entonces en un rabiar de adrenalina, antes de que estallara en las venas de los allí presentes. El público gritaba y se agitaba al tiempo. Damageplan debía acudir al encuentro de sus legiones leales, de su forma de vida. Dimebag, se colgó su guitarra y alzó la vista. Las luces mostraban el camino, las voces reclamaban su presencia. Acostumbrado a esa presión, anduvo con firmeza hacia el escenario donde los gritos crecieron a su paso como dulce néctar para sus oídos. Se sitúo insigne en su posición, miró con orgullo en derredor y puso sus dedos sobre las cuerdas. Con una inusitada velocidad, la guitarra de Dimebag comenzó a lanzar aullidos melódicos. La muchedumbre se dejó invadir por el aplastante ritmo con el que llegaba su escape de la realidad, abriendo unas puertas invisibles de las que solo ese vertiginoso estruendo parecía tener la llave.

Gritos sobre gritos.

Balas sobre su cuerpo.

Dimebag ni siquiera se cercioró cuando ese perturbado, ese demonio aun vivo, arremetió contra él disparando sin desdén. Sus ojos se cerraron al instante. El mito de Dimebag nacía a su desplome sin poder acabar su canción y, aun aferrado al mástil, sus dedos, la llave del sonreír de su gente, se detuvieron atroces, yaciendo ya sin vida, al son de un último acorde.

"Dimebag” Darrell Abbott (1966 – 2004)
DESCANSE EN PAZ

lunes, 19 de enero de 2009

Por arte de magia

El niño no podía cerrar los ojos. Abrumado por las imágenes que iban apareciendo en esa descomunal pantalla, el chico igual sonreía entusiasmado que se acurrucaba asustado al cobijo de su asiento. Apenas había dormido desde el día de su quinto cumpleaños, cuando su padre le dijo que por primera vez le llevaría al cine a ver una película de dragones, aquellos que tantas veces antes había visto en sus libros, y que no pocas menos había imaginado volando a su alrededor, entre las llamaradas que brotaban de sus entrañas y la pesada cadencia de aleteo de sus alas. Y se había visto entonces a si mismo vestido de caballero, con una espada en una mano y un escudo en la otra, acudiendo desafiante a la batalla contra la bestia, a la que habría de vencer con certera estocada y así recuperar de entre sus garras a la bella princesa que le esperaba.

Tantas noches con la gloria ceñida a sus pasos y el honor del valor abrazado a su leyenda, mientras luchaba contra dragones y salvaba princesas, antes de que el amanecer turbara sus sueños.

Y ahora que, sentado en la sala, por vez primera veía a esos dragones de sus fantasías volando y rugiendo en la pantalla, mas grandes y hermosos de lo que jamás había imaginado, el chico sintió cumplidos sus deseos más intensos, capaz de contemplar la majestuosidad de su vuelo y la fiereza de su alarido. Su corazón latía frenético a cada fotograma. Hubo un tiempo en que creyó que esas bestias cesarían su batida en las páginas de los cuentos que su padre le leía cada noche y en los dibujos que adornaban su cuarto, cuando al caer la tarde, con los últimos halos del sol moribundo que pasaban por su ventana, se iluminaban solemnes y parecían querer huir de la pared a la que estaban colgados, para alzar el vuelo a los ojos del pequeño.

Ni a pestañear se atrevió, pues temía perderse en ese instante la magia que lo albergaba, absorto a cada imagen, atento a cada sonido, con el corazón encogido de principio a fin. Entonces apareció el bravo caballero con la armadura reluciente y la espada hacia el cielo. Y se imaginó a sí mismo en su lugar, acechando al dragón, siendo el héroe de su princesa, acudiendo raudo a los altares reservados a los valientes.

Durante dos horas, el niño cedió paso a sus sueños, inocentes e ingenuos, y vivió su gran aventura, sentado en su asiento, frente a la pantalla del cine. Allí donde se cumplió sus sueños, allí donde fue caballero, allí donde vió al dragón.

lunes, 5 de enero de 2009

Conformismo enemigo

Los caminos no siempre llevan a un solo destino. Son transitados, sí, y quizá sean terrenos allanados sin un solo bache sobre el que tropezar y probar cuál vivo está tu aguante. Todos, entes cegados por los halos del sol del conformismo, adhieren sus ojos a las baldosas donde se arrastran unos tras otros, envueltos en polvo y desidia.

¡Girad, necios!

El cruce de caminos os muestra un sendero oculto y voraz a los ingenuos. Reservado solo a la voluntad de los audaces, para quienes la fortuna tiene presente su dicha. Un camino donde sus espinas se convierten en retos al espíritu, y sus rosas mecen el aire con su aroma, un camino libre de palabras vacías y esfuerzos baldíos.

¡Ten valor y escucha al viento, pues él te conoce y te despierta!

Conformarse con vagar por la vida junto al resto del rebaño no te conducirá más que a la sepultura, precoz o tardía, con la conciencia apagada y tu recuerdo sombrío. No ser más que polvo a los ojos del tiempo.

El ser único sobrevive. Ya sea a la totalidad de sus actos o al rumor, ligero y frágil, de no más que una centellada de individualidad, tan solo un pequeño paso al camino que se abre a un lado, aquel que dibuja los indemnes trazos que los sueños enmarcan en los corazones aun vivos. La grandeza de saberte capaz de levantar la vista y navegar contra el viento. Ser fuerte para mirar a los ojos al desdén, a la mediocridad, a la simpleza,... y volverles la espalda con presta ironía.
Dicen que soñar es signo de debilidad, la cobardía de quienes no tienen el arrojo de enfrentarse a la realidad, y no entienden de la osadía de quienes tienen ese sueño, y cabalgan veloces aferrados a las crines del caballo que mueve las manillas del tiempo, en pos de esa meta, de la puerta a la inmortalidad de la memoria, del alimento que mantiene vivo al alma, del ser único entre tantas ovejas.

Cierto es que la vida es corta, y que duro has de batallar por tan solo un aliento mas. Que la vulgaridad que en cada esquina espera, no es una afrenta que nos toma desprevenidos. Ya conocemos sus cartas, sabemos de su jugada, y aun así, las mentes desvalidas, como una hormiga a nuestros pies, entornan los ojos y ofrecen su abrazo sin repulsa ni agobio.

¡Qué la fortuna se apiade de ellos!

¡Qué el tiempo, al menos, les prive de desdichas!

Pobres desgraciados. Incapaces de callar, de escuchar, de mirar si dentro de sí mismos aun ese sueño aletea dando bocanadas de ilusión, escupiendo a sus oídos:

“No te conformes con la nada, aun tu vida puede ser extraordinaria. Quizá todavía puedas sentirte vivo”

La noche aciaga pronto al incauto. Corta presta las alas del Halcón que libre vuela en busca de alimento. Caer y levantarse. Tropezar y, aun así, volver a ponerse en pié. ¡Qué volubles son las esperanzas del hombre!, ¡qué frágiles son sus sueños!
Cuando no se es capaz de hablar por sí mismo, ¿de qué sirve pensar?
¿De qué sirve un ideal, si tus manos ahogan tus propios ojos?
Pues ese conformismo, pudre las raíces de aquellos que confunden sencillez con simpleza. De aquellos insensibles vestigios de un pasado abrupto y vacío, que no entienden que no han de erigirse en genios para ser únicos, que no comprenden que esa rima que les pedía Whitman, puede escribirse con tan solo el roce de unas líneas, con tan solo unas palabras susurradas. Letras talladas en la conciencia de la identidad. La voz que brota del alma humana. Ese aullido que dicta:

“¡Yo no quiero ser como tú!”