miércoles, 5 de noviembre de 2008

Cimientos en ruinas


El mundo se le vino a sus pies cuando pudo contemplar el resultado de su obra. Tras años de observación y corrección continua, el control con el que había contado sobre su experimento desde que lo ideó, había mutado hasta hacerse intratable y desprenderse de sus manos como lo hace la piel seca y nauseabunda. Ya no ejercía sobre el proyecto ningún tipo de poder.
Decepcionado y entristecido, había visto como aquel trabajo que tanto tiempo le llevó poner en marcha, se deshacía entre sollozos ahogados al tiempo que derruía con ellos los sueños de sus primeros días. La decadencia se había aferrado a los cimientos con tal presteza, que pronto sus columnas se habían doblado y quebrado como lo hacen las livianas ramas a la batida de los vientos de invierno, hasta sumir a la luz en una oscuridad espesa y agobiante, capaz de encadenar la cordura del más sensato de los hombres a una esclavitud eterna, más allá de la viva tierra que los rodea.
Con los ojos entrecerrados, contempló por última vez su obra. Una triste mueca brotó de su rostro tratando de compadecerse de su proyecto, casi tanto que de sí mismo. En sus ojos, las ruinas de su mundo apenas se discernían entre sus lágrimas, que brotaban tenues pero imparables, rehogando sus mejillas con un suave y húmedo lamento.
No se podía hacer nada ya. No encontraba manera de enderezar su rumbo perdido y vendido a precio de saldo al primer desgraciado con algo que ofrecer, aunque eso mismo no fuera más que miseria. Odio, ira, envidia, soberbia, maldad, egoísmo, maltrato, destrucción… tantas palabras necias, tanto sufrimiento vano.

Con el gesto mermado por la desilusión, decidió acabar con la prueba. Fracasado en su cruzada, Dios se levantó de su silla, fue hasta el interruptor y apagó la luz del mundo que un día creó.

No hay comentarios: