viernes, 5 de diciembre de 2008

Soldados

Pues vivimos agazapados, sin alzar la cabeza no más que para buscar el sol. Ahondados en el barro, en el polvo y en la sangre que brota de nuestras propias heridas, y de las de aquellos que esperan su féretro. Abrazados a nuestras armas, al miedo y al dolor que sacude este cuerpo frío, y a nuestras almas corrompidas por los lamentos de los vencidos.
Que somos soldados, mortales al tiempo, hombres como cualquier otro, enviados a llamar a las puertas del infierno, obligados a abandonar nuestra propia vida en aras del deseo de otros. ¡Cuál cruel es el destino que nos ampara, si no existe futuro a nuestros ojos!, ¡que la muerte de nuestros enemigos no mitigará esta pena que yace en nosotros!
Cada noche, al abrigo de estrellas apagadas, las plegarias que nacen de nuestros ateos corazones, ahogan cuál gritos errantes, el lecho en el que todos nosotros, hijos descarriados del tiempo, ahora aguardamos al siguiente paso que ha de guiarnos hacía la vida o la muerte.
Los silbidos de sus balas desgarran nuestros oídos, nuestras ropas, nuestra piel. Quebrantan nuestros huesos y azotan, con la piedad del mismo diablo, las mentes libres y soñadoras, que una vez albergaron esta existencia que todos hemos dejado olvidada en alguna parte, no muy lejos de aquí. Ves caer tus lágrimas, ves caer a tus amigos con ellas, en cada batida, en cada horda de odio. ¡Oh, vida, que error cometí para hacerme morir mientras aún siento!, ¡porque te has vuelto ciega a nuestro caminar!
Pues nuestros cuerpos, en breve alimentaran las laderas de esta tierra y si no, si logramos volver al hogar, que la infame tortura de los recuerdos se apiade de nosotros, y los desarraigos de nuestro ser, perdidos y olvidados en los llantos de la guerra, jamás alcen de nuevo la voz a nuestro lado, pues sus gritos ya alientan a fuego nuestras almas, y estas, aún ensangrentadas, agonizan clavadas en la cruz a la que, inocentes y aún jóvenes, hemos sido condenados
Y en el mismo campamento, a oscuras en batalla o ya desterrados en nuestra propia casa, un brindis, triste y emocionado al brillar de nuestros ojos, recuerda que una vez estuvimos vivos:
“una copa por aquellos que cayeron... y por aquellos que una vez fuimos”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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