jueves, 26 de febrero de 2009

Desterrados

Frotaba sus manos con insistencia tratando de encontrar un calor que evitara que volvieran a amoratarse. Los guantes que cubrían sus manos, se cortaban al llegar a sus dedos de piel quebradiza y ennegrecida por la suciedad, cuya uñas parecían estar a punto de caerse al primer roce, pero que como pegados por esa misma suciedad reseca, mantenían su lugar con una decoro angustioso.
Con movimientos pesados y torpes, el hombre tomó asiento y respiró hondo mientras abría los ojos de par en par para intentar vislumbrar algo entre la noche que ya caía en la ciudad. Unas voces en su interior, ya de lustre y veteranía a sus oídos, discutían viejos asuntos que parecían no cercenar nunca.

-¿Me puedes explicar que estamos haciendo aquí? – preguntaba encolerizado el pasado.
-Calla y no canses más este cuerpo, que hoy necesita más reposo que disputas - contestó el presente.
-Siempre con evasivas, estoy cansado de respuestas vanas, ¿quiero saber en que estabas pensando para acabar aquí?
-¿En qué pensaba?, pues en nada, en querías que pensase. Si por un momento hubiera logrado ser dueño de mi mente, mis actos hubieran sido distintos. – contempló el presente.
-¡Maldito estúpido!, lo teníamos todo, toda una vida de trabajo, años de esfuerzo para conseguir tenerlo todo y vas tú y lo liquidas en un instante, tú y tu desgraciada voluntad.

El hombre agachó la cabeza y encogió el cuello entre los hombros, buscando que las solapas corroídas de su chaqueta lo cubrieran del frio de diciembre. Entonces alargó la mano, cogió la botella de vino y le pegó un buen trago, dejando que unas gotas furtivas empaparan su frondosa y encrespada barba.

-Sí, eso, muy bien, coge la botella,- protestó con rabia el pasado, - aférrate a ella como siempre haces, a esa botella que te hizo esclavo y nos condenó a todos a esta miseria. Esa que embriaga nuestra mente hasta convertirnos en un bufón.
-¡Oh, cállate de una vez!,- contestó el presente - deja que trate de mitigar al menos esta tortura. Una vez me hice amigo de este endiablado líquido y ya no sé cómo darle la espalda. Te juro que lo intento, pero tropiezo entre sombras cada vez que trato de levantarme. No hay manos que me ayuden a caminar, las únicas que poseo son estas que ves agrietadas, y ya solo están moldeadas para agarrar este cristal.
-Sí, claro, pobrecito que está solo y abandonado – se burló el pasado – que nadie le quiere, que le tratan como a un perro descarriado. Oh, sí, cuanto valor perdido entre sollozos, cuanta grandeza mancillada… ¡déjate ya de balbucir, cobarde!, si hubieras seguido el camino que tracé, ahora estarías sentado en tu mansión revolcándote en un lecho de rosas y no arrastrándote por unos sucios céntimos.

El hombre se agitó incómodo entre los cartones que acomodaba a modo de colchón, para apaciguar en lo posible la dureza de la acera. Sin un techo sobre su cabeza, esperaba esperanzado que no arreciara la lluvia que a veces acompañaba a ese frío invernal que entumecía sus huesos y que tantas veces lo hacían huir de la esquina que había tomado por morada. El hombre se tumbó con el cuerpo encogido y cubriéndose tan solo por una vieja manta que había sacado del contenedor y que había pasado de ser un despojo del cuál librarse a una posesión más que valiosa.

-¿Y qué pretendes hacer?, ¿quedarte ahí tumbado? , ¿así es como encaras el abismo al que nos llevó tu burda estupidez?. Tumbado entre cartones no encontrarás un trabajo, ni una casa, ni la dignidad a la que hace tanto tiempo diste la espalda.
-Déjame en paz, cállate o aléjate de mí, desaparece sin dejar rastro de una vez…
-Nadie se va a ninguna parte, contéstame de una vez, ¿qué vas a hacer?, ¡háblame!...

Su semblante se batió entre dos voces, con sacudidas incontrolables y gesto brusco, como los que aferran el alma de un loco. Entonces una tercera voz se alzó tímida y temblorosa entra las que discutían, y con ella se produjo un silencio de aquellas que se creían solas. La voz surgió dulce pero asustada, de lo más recóndito de sí mismo.

-¿Y qué será de mí?, -preguntó entre dientes el futuro.

El hombre exhaló todo el aíre que albergaban sus pulmones como si su cuerpo tratara de desembarazarse de todo cuando aun le mantenía con vida. Abrió los ojos despavorido, y el demonio, en forma de desquicia, asomó a su mirada perdida y su sangre helada. Entonces el presente, con la voz cansada, dijo:

-Mirad, estoy cansado, tengo frío y me tiemblan las manos. Me duele todo el cuerpo, y esta mísera manta apenas alcanza a cubrir una pequeña parte de mí, aunque ni siquiera creo ser digno de tan endeble cobijo. A ti, pasado, te digo, que sé de mi culpa, no reniego de ella, ni me considero indemne, se bien que dejé que se pudriera en mis manos todo cuanto me relegaste, permitiendo que se deslizara entre mis dedos como lo hace la arena del desierto, y en ese mismo desierto convertí los verdes bosques y caudalosos ríos a los que me habías encaminado. Te juro que intento encontrar en mi interior el empuje que me haga estimable de nuevo y que daría mis manos y mis entrañas por volver atrás en el tiempo, pero no sé hacerlo, no tengo fuerzas.
En cuanto a ti, futuro, no puedo contestar a tu pregunta, porque no conozco respuesta alguna. Créeme que siento mucho al vacío al que te estoy condenando y si encuentro la puerta que me lleve a una luz entre tanta oscuridad, la tomaré para así evitar que derrames una sola lágrima más de las que ya he derramado yo.
Pero ahora dejadme descansar, estos huesos tienen ahora una batalla más ardua contra el frío que contra las palabras que me inundan, mañana quizá haya menos piedras en el camino, pero en este momento solo estoy yo, estos cartones, mi manta, la botella y un corazón inerte.

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