martes, 10 de marzo de 2009

Padre

“Padre”

“¿Padre?”

“¿Qué demonios significará eso?”

El niño contuvo esas preguntas en su mente, mientras observaba la pizarra. En ella, y con letras mayúsculas, la profesora había escrito bien grande: “EL DÍA DEL PADRE”.
Conocía bien lo que querían decir cada una de esas palabras, pero su sentido le era tan extraño como lo es la nieve en verano, cuando sabes que existe, pero no puedes verla a tu lado.

Sus manos se atenazaron indefensas, ignorantes a sus actos. Los demás niños ya se empleaban con ferviente intención, garabateando sus cartulinas con divertidos trazos de colores. Mientras, el crío los observaba imperturbable, sin hacer gesto alguno, sin imitar sus movimientos inquietos.

Volvió a mirar la pizarra y leyó en voz baja:

-“El día del padre”

Bajó la mirada a la cartulina negra que se alzaba ante él, y trató de abrir la puerta a su imaginación. Cerrada, por primera vez esta parecía haberse encajado. No hallaba en su interior la palabra exacta, la imagen que alimentara su mente, no había nada.

Y se sintió bloqueado, vacío.

Y siguió sin encontrarle el sentido a todo aquello.

Aturdido y desorientado, perdió la mirada en uno de los grandes ventanales de su clase, en el vertiginoso revolotear de los pájaros al sol de la mañana, en cuya danza encontró en pequeño mayor diversión que a la que a sus manos habían propuesto ese día.

El chirriante repicar del timbre que anunciaba el final de las clases, devolvió al mundo al muchacho. Ajeno al jolgorio que invadía al resto de los chicos, salió al patio con las manos vacías y una expresión de indiferencia que no sorprendió a su madre, que allí le esperaba.

Y no sintió nada, no volvió a pensar en ello.

Y siguió sin encontrarle el sentido a todo aquello.

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