jueves, 9 de julio de 2009

Una oración al silencio

Me arrodillé y tomé un pedazo de tierra con mis manos. Entre mis dedos la arena se deshacía árida, seca, de vida vacía y olvidada, y la sentía escapar como lo hacía el aíre de mis pulmones vencidos. Y entre aquella tierra te busqué cuando mis cosechas se perdieron y con ella mi sustento… pero no te vi.

Corrí colina arriba, hasta la cima de la montaña, con las ropas roídas y las piernas cansadas. Avancé desorientado, a través de las rocas y los árboles astillados, con las espinas de los rosales dibujando hileras ensangrentadas en mi piel. Y allí arriba miré al cielo y te busqué en él cuando perdí mi casa y mi único cobijo era ese mismo cielo… pero no te vi.

Grité al viento, al agua y al fuego por el puño que alentaba en mi vientre vacío, por los ruegos de mis hijos a quienes la sed agrietaba los labios. Por el dolor de sus entrañas al abrigo del hambre, por sus ojos secos de tantas lágrimas vertidas y mis manos amoratadas por trabajos baldíos incapaces de retener un pedazo de pan. Y te busqué entre estas mismas manos cuando el trabajo sucumbió y no tenia más medios para pagar su alimento… pero no te vi.

Mi llanto ahogado en lamentos vanos. Mi corazón débil y castigado al ver como ella se alejaba de mi lado. Mi mirada perdida, vagando de un lado a otro por una cura para su enfermedad, para que la muerte no me la quitara, para que su aliento aun se agitara a la vez que el mío. Y te busqué cuando la sentí perecer en mis brazos, cuando me miró por última vez, cuando mi alma reventó al tiempo que ella cedía ante la muerte… pero no te vi.

Seres descarriados y condenados. Seres abandonados por tu mano piadosa, acechados por las sombras, el dolor y la pena que se adhiere a cada paso. Somos entes olvidados por tu cobijo, arando una tierra estéril, con azadas de papel para después recoger alimentos podridos. Y te buscamos, nos arrodillamos rogando en tu nombre, oteando el cielo por ver tu luz… y por respuesta un pedazo de silencio, solo unas gotas de oscuridad.

Dicen que estás ahí… pero yo nunca te vi.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Triste final para el que espera a quien corre imprudentemente con el coche por llegar antes.
La fe es el clavo ardiendo al que se agarra la desesperación del ser humano.
Escribes con tinta de dolor, sentimientos duros y reales como la vida misma, felicidades.
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