lunes, 4 de mayo de 2009

Dioses mortales: El día que fueron valientes

De sangre tan roja y fluida como la de cualquier otro. Huesos, órganos, músculos y ligamentos tan flexibles y al tiempo tan fáciles de quebrar. De sueños igualmente intensos y frágiles. Emociones, sentimientos y batalla morales que combaten con el cuchillo entre los dientes contra los muros mancillados de la voluntad y el honor.

Miras a sus ojos, y en su reflejo ves tu propio rostro. En la sombra que el sol desprende de su figura, tus mismas manos, tus mismas espaldas vislumbras. Las diferencias son tan tenues, como son las de las gotas que estallan al caer al lago… y sin embargo, son tan distintas. Quizá algunos por toda una vida embriagada al son de un atisbo de cordura, de libertad, de ira contenida; quizá otros por un solo gesto, el acto irracional de un loco, un momento de lucidez dentro de la maraña de ceguera que forma parte del día a día que nos alumbra.

Hombres y mujeres que, llegado el día, se rasgaron las vestiduras, hicieron de tripas corazón, y se armaron hasta los dientes de valentía, arrojo y dignidad, tanto premeditadamente como bajo el embrujo de impulsos cegados por una voracidad libertaria oculta en lo más profundo de sus entrañas. Héroes del pueblo, enseñas, mitos, símbolos de antaño, envidiados y adorados, convertidos en caminos de baldosas amarillas que seguir, endiosados aun siendo tan vulnerables al dolor, al miedo, al llanto y al paso del tiempo como lo son todos aquellos que los honran.

Gente como el hombre de Tiannanmen, que tuvo el coraje suficiente de interponer su frágil cuerpo frente a las bestias de acero hasta hacerse creer más robusto que los tanques; como aquel soldado de la RDA, Conrad Schumann, que saltó las alambradas del Muro de Berlín en su nacimiento, pasando de ser un carcelero más de la libertad, a un símbolo que la tomó por esposa; como William Wallace desangrándose en batalla por la identidad perdida de su querida Escocia; Dolores Ibarruri, “La Pasionaria”, clamando al cielo contra el invasor francés con mas agallas que los hombres que la rodeaban; Oskar Schindler convertido en padre, salvador, protector y ángel de tanto judío ajusticiado por el odio visceral nazi; como “Lobo” sacrificando su identidad y su bienestar por llegar al corazón podrido del terrorismo organizado; como Sophie Scholl, el Ché, Gandhi o Daoíz y Velarde, incapaces de abandonar al pueblo llano español, cuya pobreza y debilidad alimentaban las espaldas recibidas por aquellos que habían de velar por ellos… y tantos otros a los que su momento les hizo ganar el aplauso, y que el tiempo convirtió en inmortales a la memoria popular tan predispuesta siempre a apagarse y dejarse conquistar por la banalidad, la intolerancia, la conformidad y la más absoluta de las necedades.

Aquellos días, ellos fueron valientes, quizá más de lo que nunca hubieran imaginado, y mucho más de lo que muchos lo serían aunque vivieran mil vidas. Puede que ellos nunca fueran conscientes de la trascendencia de sus actos, y seguro que nunca pretendieron que fuera así, pero en esta sociedad de moralidad frágil e ideales rotos, son ellos los últimos románticos a lo que se puede apelar cuando a algún desgraciado se le abren los ojos de una vez para tomar su fusil ideológico, cargarlo con balas de dignidad y disparar su honor a mansalva.

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