martes, 18 de mayo de 2010

Aferrado a su maleta

El hombre se pasó el brazo por la frente, para limpiar el sudor que se acumulaba entre los pliegues de las arrugas que poblaban su frente, cuando vio llegar al tren y las puertas se abrieron ante él. Asió el asa de su maleta con tensa firmeza y se quedó mirando esa puerta, ansioso, tensionado, impaciente. Se imaginó dentro de él. Pensó en el viaje, en las montañas y ríos que vadearía, en los campos que de verde tornarían al amarillento pasto secado por el sol. Pensó en el momento en el que llegaría a casa, de nuevo al hogar tras tantos años alejado. Volvería a ver a esa mujer abandonada, a esos hijos olvidados, y retomaría esa vida a la que una vez dio la espalda.

Todo eso pensó, con los dedos agrietados sujetando nerviosamente la maleta, pero no se movió. El silbato anunció la partida del tren pero el hombre permaneció sentado. Quieto, inmóvil como si formara parte de las mismas paredes de la estación, siguió con la mirada como se marchaba, entonces bajó la cabeza y musitó unas palabras quedas, tan solo audibles a sus propias entrañas. El hombre, apoyándose tembloroso en el banco, se puso en pie y se dirigió con pesados pasos hacia la salida, mientras ese tren, que tatas veces esperó pero nunca se atrevió a coger, se alejaba de vuelta a casa.


Versión reducida para el concurso de Renfe:

Limpió el sudor de la vejez de su frente cuando vio llegar el tren, impaciente, aferrado a su maleta. Pensó en el viaje, en el momento en el que llegaría al hogar tras tantos años alejado. Volvería a ver a esa mujer abandonada, a esos hijos olvidados, y retomaría esa vida pasada.

Todo eso pensó pero no se movió. Vio al tren macharse, bajó la cabeza y musitó unas palabras. Entonces se dirigió a la calle, mientras ese tren, que tantas veces esperó pero nunca se atrevió a coger, se alejaba de vuelta a casa.

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